En poco menos de una semana será mi cumpleaños no. 17. Aún me siento de quince años. Siento que algunas de aquellas experiencias sucedieron la semana pasada. Siento que el tiempo se ha encogido ferozmente, a pesar de que haya acumulado más de setecientos incidentes.
Me encuentro en un limbo –sé que todo esto suena tremendamente absurdo, ya que la mayoría de la gente no le da importancia a su cumpleaños no. 17-, ya que en un año habré dejado de ser una ‘adolescente’ para ser una ‘joven adulta’; así como este año dejaré de ser la ‘joven ninfa de ensueño’ (término acuñado por mí, que hace referencia a que en casi todos los miserables ambientes de literatura y cine hacen referencias sublimes a chicas de quince y dieciséis años) para encontrarme en el limbo –nadie hace referencias sublimes a los diecisiete-.
Dejando de tomar en cuenta esa pequeña crisis levemente relacionada con el síndrome de Peter Pan, daré importancia al enfoque que tenía principalmente esta entrada:
En primer lugar está el tiempo que se encoge. El terrible y fascinante Procusto alterando al tiempo de la forma menos a mi favor posible. Me identifico con los ancianos que dicen: “Siento como si hubiera sido ayer…” Es una forma patética de ver las cosas, pero así es como debo plantearlo.
Y en segundo lugar estaría la frustración infantil del cumpleaños no exitoso –curiosamente, esta frustración comenzó a presentarse cuando dejé de ser una infante-; ya que generalmente termino aburriéndome a mitad del día o con un regaño por parte de mis padres. Lo sé, qué lástima, pobre niña.
Bien, pues creo que he escrito con satisfacción lo que tenía que escribir para ser digna de un poco de compasión y misericordia: ‘Pobre de mí, es mi cumpleaños’
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario