domingo, 28 de junio de 2009

Otro día de función

Todo estaba preparándose para la próxima representación.
Mientras los actores se retocaban los rostros y ensayaban los diálogos, mientras desde la cabina hacían un chequeo de las luces, mientras los vestuaristas preparaban canónicamente los atavíos; ella, la pequeña tramoyista, diminuto componente de este coloso, hacía las compras en el supermercado.
El pan, las zanahorias, los jitomates, etc. Seguía la lista escrita por ella misma esa mañana.

Detrás de los jitomates estaba un sujeto extraño y oscuro, de los que suelen caminar por la calle ataviados con gabardinas y botas con plataformas –sin importar la temperatura- y que portan colmillos de acrílico.
La pequeña tramoyista no pensaba de este tipo de gente lo mejor. Pensaba que era una reverenda ridiculez disfrazarse diariamente para enfrentar a la vida, que era de las más patéticas formas de capturar la atención.
Pero algo en este sujeto la cautivó, y no fue precisamente su estrafalaria vestimenta.
Se aproximó a este y le pidió que la acompañara a la obra de teatro.

Sin conocer más que sus rostros, el personaje de extraña apariencia le propuso matrimonio a la pequeña tramoyista, hincado junto a la cesta de jitomates, ofreciéndole su anillo –el cual tenía, por supuesto, una réplica de cráneo humano encima-.
Ella aceptó con una sonrisa propia de los que tienen un colapso nervioso y asintió con la cabeza.
El inevitable beso se llevó a cabo y ambos se encaminaron al teatro.

Tras la función y un tramoyista más, la dama fue con su nuevo esposo a su apartamento; bajo la luz de la luna y las miradas de desconocidos.
Al despertar, ya a la siguiente mañana, la tramoyista se halló sola y desnuda sobre su colchón de resortes.
Tal vez se había tratado de un sueño, tal vez una fantasía; y así, era un día más de función.
bed

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